Jesús, tú eres el amigo único y verdadero. Compartes mis males,
los tomas sobre ti, conoces el secreto de cambiarlos en gozo.
Me escuchas con bondad cuando te cuento mis amarguras,
y las suavizas. Te encuentro siempre y en todas partes,
no te alejas nunca de mí, y me acompañas allá donde voy.
No te cansas nunca de escucharme; no te cansas de
ayudarme. Si te amo, estoy seguro de ser correspondido.
No tienes necesidad de lo mío, ni te empobreces
al otorgarme tus dones.
Por muy miserable que yo sea, nadie (ni siquiera uno
más noble, inteligente o santo) podrá robarme tu amistad.
Y la misma muerte, que nos separa de los amigos,
me reunirá contigo. Ninguna de las adversidades de la
edad o del azar logrará jamás alejarme de ti; más bien,
por el contrario, nunca gozaré con tanta plenitud de tu
presencia ni jamás me serás más cercano, como cuando
todo parezca estar contra mí.
Tú soportas mis defectos con extremada paciencia.
Incluso mis infidelidades e ingratitudes, aunque te ofenden,
no te impiden estar siempre dispuesto a concederme
tu gracia y tu amor, si yo las deseo.
Haz, Jesús, que yo lo desee, y que sea todo para ti en
el tiempo y la eternidad.
San Claudio de la Colombière, S. J.
Publicado en: Oraciones con espíritu, VVAA, Ed. Fundación Maior, 2020 pp. 41-42.