Entre tantas dudosas certidumbres
que me mienten, halagan los sentidos,
tú callado y sin nubes, tan desnudo,
tan transparente de ternura y trigo
¿qué me quieres decir –labios sellados–
desde tu oculto y cándido presidio?
¿Qué me destellas, ay, qué me insinúas,
qué me quieres, Amor, Secreto mío?
Porque las ondas que abres y propagas
desde la fresca fuente de tu círculo
me alcanzan y me anegan, me coronan,
me ciñen de suavísimos anillos.
Mas ya sé lo que quieres, lo que buscas.
Si la Esperanza es prenda de prodigios,
si el sol de Caridad arde sin tregua,
lo que pides es Fe, los ojos niños.
Quererte, sí, y creerte. ¿Tú me esperas?
¿Me quieres tú? ¿De veras que yo existo?
¿Tú me crees, Señor? Yo creo y quiero
creer en ti, quererte a ti y contigo.
Sí, mi divino prisionero errante,
mi voluntario capitán cautivo,
mi disfrazado amante de imposibles,
mi cifra donde anida el infinito.
Sí. Tú eres tú, te creo y te conozco.
Ya te aprendí y te sé, paz del Espíritu.
Prosternarse, humillarse: eso fue todo.
Deponer, abdicar cetros, designios.
Por ti hasta la indulgencia, hasta el despojo
quedarse en puros huesos desvalidos.
La reina Inteligencia hágase esclava,
sea la Voluntad sierva de siglos.
Y queden ahí devueltos, desmontados,
en su estuche de raso los sentidos.
Veo y no veo, palpo y nada palpo,
escucho sordo y flor de ausencia aspiro.
No hay más que una verdad:
Tú rey de reyes.
Tú Sacramento.
Gerardo Diego
Publicado en: Oraciones con espíritu, VVAA, Ed. Fundación Maior, 2020 pps. 57-59.