«San Ignacio de Loyola propone hacernos indiferentes a la salud y a la enfermedad, a la riqueza y a la pobreza, al honor y al deshonor, a la vida larga y a la vida corta, etc., de modo que podamos elegir lo que nos conduce al fin para el que hemos sido creados. Todo ha de ayudarnos para “alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”; es decir, amar a Dios sobre todas las cosas.
La indiferencia no se refiere a las personas, sino a las situaciones en las que vivimos: salud o enfermedad; riqueza o pobreza; honor, entendido como valoración, reconocimiento y estima; deshonor en el sentido de oprobio o menosprecio; podemos vivir muchos años o una vida corta, como un libro abreviado o una breve narración infantil (es el caso de los niños que mueren prematuramente o de aquellos a los que se impide vivir).
No podemos ser indiferentes ante las personas, que llevan impresa la “imagen y semejanza” del Creador. Jesucristo se identifica con los que denomina “mis hermanos más pequeños” (Mt 25,40). La genuina actitud cristiana consiste en no preferir nada al amor que viene de Dios. Más que de indiferencia, se trata de preferencia. Se es indiferente a todas las demás cosas para preferir el amor generoso. El amor que viene de Dios nos impulsa a amar, con Dios, a las otras personas. Así pasamos del amor recibido y agradecido al amor ofrecido y compartido.
Hemos de descubrir el sentido del caminar hacia el amor. Cualquier circunstancia puede ser aprovechada como ocasión para acoger el amor y como oportunidad para compartir el amor. Dios, que es amor, nos quiere llenar de su amor y desea inspirar en nosotros un amor generoso. A la riqueza, el honor y la soberbia se oponen la pobreza actual, los oprobios y menosprecios y la humildad. Según afirma la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium”, la cultura globalizada actual nos ofrece valores y nuevas posibilidades, pero también puede limitarnos, condicionarnos y enfermarnos. Por eso, necesitamos “lugares donde regenerar la propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales”» (EG 77).
Mons. Julián Ruiz Martorell
Extracto de Carta Pastoral.