Hildegarda de Bingen

La veo en la oración. Es de una fuerza tremenda. Ella invierte de sí misma una energía descomunal para rezar. Y aquí es difícil decir en qué medida se arroja y en qué medida es raptada. De todos modos, posee un impetus poderoso. Cuanto más dura la oración, más es atraída y más se serena. Tiene una opinión peculiar: está convencida que si no se arrojara con todas su fuerzas, el Señor tendría mucha dificultad en atraerla.

Cuando se arroja de tal manera, deja tras de sí todo su yo pecador, como si se extirpara de su última piel para presentarse en total desnudez ante el Señor. Esta piel es una mezcla de pecados, de apego a la tierra, de lastre mundano del que quisiera librarse, y de esta piel se despoja en la oración sólo con un esfuerzo extremo.

Se arroja hacia adelante casi como en un empujón, como alguien que ha luchado a través de alambradas de púas y cae en la liberación. Sus pies están enredados en una especie de red y ahora que ha logrado liberarse necesita su última fuerza, no ya para dar, sino para saltando, arrojándose, dejar que acontezca el paso hacia la libertad.

Adrienne von Speyr

Extracto. Publicado en: Una primera mirada a Adrienne von Spyer. Ediciones San Juan p. 362.

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