Hombre de la Palabra

El sacerdote está llamado a ser hombre de la palabra de Dios, generoso e incansable evangelizador. Hoy, frente a las tareas inmensas de la «nueva evangelización», se ve aún más esta urgencia.

Después de tantos años de ministerio de la Palabra, que especialmente como Papa me han visto peregrino por todos los rincones del mundo, debo dedicar algunas consideraciones a esta dimensión de la vida sacerdotal. Una dimensión exigente, ya que los hombres de hoy esperan del sacerdote antes que la palabra «anunciada» la palabra «vivida». El presbítero debe «vivir de la Palabra». Pero al mismo tiempo, se ha de esforzar por estar también intelectualmente preparado para conocerla a fondo y anunciarla eficazmente.

En nuestra época, caracterizada por un alto nivel de especialización en casi todos los sectores de la vida, la formación intelectual es muy importante. Esta hace posible entablar un diálogo intenso y creativo con el pensamiento contemporáneo. Los estudios humanísticos y filosóficos y el conocimiento de la teología son los caminos para alcanzar esta formación intelectual, que deberá ser profundizada durante toda la vida. El estudio, para ser auténticamente formativo, tiene necesidad de estar acompañado siempre por la oración, la meditación, la súplica de los dones del Espíritu Santo: la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios. Santo Tomás de Aquino explica como, con los dones del Espíritu Santo, todo el organismo espiritual del hombre se hace sensible a la luz de Dios, a la luz del conocimiento y también a la inspiración del amor. La súplica de los dones del Espíritu Santo me ha acompañado desde mi juventud y a ella sigo siendo fiel hasta ahora.

San Juan Pablo II

Don y Misterio. Juan Pablo II.

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