Oración de María en la dulce espera del Niño

(María ha dado su sí y sabe que ya no lo retirará. Ella adora al Padre, adora al Espíritu,
adora al Hijo).

Padre, me has regalado a tu hijo. Él viene a mí como Dios y también como el pequeño Niño que yo espero. Padre, tu sierva es indigna. El primer sí lo he pronunciado en la fe, en la confianza, en la esperanza. En el saber que tu voluntad se ha de hacer en mí.

He pronunciado ese sí en el Espíritu de tu hijo, que será mi hijo. No podía dejarlo sin respuesta, pues a través de ti mi Niño ha hecho una pregunta.
Padre, ahora existe en mí un gran temor. Es la angustia frente a tu misterio, la angustia de no estar a la altura de la misión que tú me presentas. ¿Cómo yo, tu sierva, he de criar a tu hijo? ¿Cómo he de acompañarle en los primeros años? ¿Cómo ha de aprender por mí a hablar contigo? ¿Cómo ha de comprender por mí la forma de adorarte?

Padre, te pido una sola cosa: conserva mi sí. Consérvalo también ahora, cuando en mí palpita la angustia. Consérvalo siempre como la palabra que no tengo la fuerza de pronunciar y que sin embargo he dado a mi Niño. Dios Espíritu, también te he dicho sí a ti. He dicho sí para llegar a ser madre, la madre que debo ser para mi hijo. El Niño me ha sido dado, encomendado, porque desde
hace tiempo él mismo me ha destinado a ser su madre. Y ante este misterio ahora me invade un gran temor. Sé que no sólo te he dado mi cuerpo sino también mi alma, para que tú fecundes cuerpo y alma, de modo que ambos sirvan realmente al hijo del Padre que me has traído.

Pero tengo miedo. Y no sé si tu Espíritu me quita la angustia de mi alma o si me la provoca. Sólo te ruego: conserva mi sí, dame la fuerza para demostrarte cada día de nuevo que quiero realmente decir sí. Por eso te suplico por tu propio Espíritu, que pertenece al Padre y a mi hijo.

Mi pequeño Niño, mi Dios, yo te adoro. Eres aún muy pequeño como para comprender mi angustia. Sin embargo, eres mi Dios. Eres el Dios al que tanto hemos esperado y que me ha elegido para que sea madre para ti. Y si ahora experimento esta angustia, en verdad me angustio por ti, pues sé que tú conocerás la angustia como nadie antes la ha conocido. No te pido que quites de mí esta angustia. Sólo te pido que la dejes ser fecunda en ti y que, cuando conozcas la angustia profunda del hombre, cuando Padre y Espíritu te abandonen, sepas sin embargo que todavía tienes una madre.

Una madre que conoce tu angustia, al menos en parte. Conceded, Padre, Hijo y Espíritu, que por vuestra gracia yo cumpla mi tarea, que ciertamente no puedo comprender. Que la cumpla así como vosotros lo esperáis de mí. Y disponed de mí día tras día según vuestro beneplácito, escuchando siempre el sí, aun cuando ya no tenga fuerzas para pronunciarlo.

Amén.

Adrienne von Speyr

Publicado en: Oraciones con espíritu, VVAA, Ed. Fundación Maior, 2020 pps. 62-64.

Compartir: