Sobre la Navidad

«De los tres Reyes Magos que visitan al Niño y a su Madre se dice que se postraron y adoraron. Lo mismo debería decirse de los pastores, toda representación del pesebre nos muestra a los pastores en un gesto de veneración, pues por medio del ángel saben bien que ese Niño es el Salvador, el Mesías, el Señor. ¡Y cuántas imágenes antiguas nos muestran a María en adoración silenciosa ante el Niño amorosamente puesto en el suelo!

Los días de Navidad son un tiempo en el que la adoración de Dios –conocida ya por el Antiguo Testamento, por ejemplo en los Salmos– recibe motivos del todo nuevos para encenderse y, gracias a esto, también una forma del todo nueva: nosotros podemos y debemos adorar a Dios en este pequeño Niño que Él nos ha enviado. Esto es tan asombroso que nos fuerza a pensar también de modo nuevo este acto de adoración, que en nuestra época secularizada se nos ha vuelto una realidad extraña en gran medida.

Si aún existe en nosotros una relación personal con Dios, la mayoría de las veces le presentamos nuestras súplicas, y esto es justo; más raramente le agradecemos –de los diez leprosos curados por Jesús, sólo uno retorna para agrade[1]cerle–, o cuando un sufrimiento nos golpea, realizamos un acto de entrega devota a la incomprensible voluntad eterna. Pero resignación, sumisión devota a la voluntad de Dios aún no es adoración.

¿Qué es adoración? Reconocer que solo Dios es por sí mismo, mientras todo lo creado existe sólo por Su querer y actuar omnipotentes y, por ende, no tiene sus raíces en sí mismo, sino en Él, el único incondicionado y absoluto. Reconocer, por tanto, que Dios es lo verdadero por antonomasia, la quintaesencia de toda verdad y, en consecuencia, que Él siempre tiene razón en lo que quiera hacer o dejar acontecer; que es una locura disputar contra Dios, como si fuera posible alegarle un error o un mal, y que el homme révolté termina destruyendo su propia esencia. Reconocer que Dios es el bien por antonomasia, la quintaesencia de toda bondad, y por tanto no sólo siempre tiene razón, sino que por su ser y sus disposiciones es digno de ser amado también de modo incondicional, amado con la donación reverente de todo nuestro corazón.»

H.U. von Balthasar

Extracto de Navidad y Adoración. Ediciones San Juan, 1977

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